miércoles, 28 de octubre de 2009

Ciudad sin centro

CIUDAD SIN CENTRO: LA REACCIÓN DE LOS LÍMITES


Todo lo acéntrico halla su valor y potencia en aquello que está más allá: desafiando el borde, en la ambigüedad de la frontera, en los delirios de los extremos. Alguien más ya lo había dicho antes: el centro del centro es la ausencia. Y nosotros estamos alrededor, como acechando. Sin poder tener los ojos cerrados, sin poder tener las manos quietas. Hallarse en este espacio permite contemplar con serenidad y lucidez el centro. Cualquier intención que busque concretar algún tipo de actividad crítica, tiene que actuar como una inmensa ola silenciosa y aparecer desde donde menos se le espera.

Buscamos esos límites -que otros dictaron como lejanos-, y partimos cual expedicionarios convencidos de lo que dicta el corazón. Más aún, cuando se tiene una ciudad que solo ha sabido sostenerse en el miedo y en la indiferencia de una mayoría desorientada. Una Lima -he allí su nombre- que ha actuado como una hidra insaciable, que con su saliva ha buscado empapar de insomnio y amnesia a cada uno de sus habitantes.

El centro no es un lugar de coordenadas específicas, y aún así resulta ineludible. Para algunos está representado por un frío sistema alienante e insaciable, para otros es una serie de prácticas, unidades y condiciones rígidas y estériles. El centro no tiene un rostro al cual mirar, pero mira cada uno de nuestros movimientos. La reacción de los límites no es una simple alteración del orden, es una exigencia de cambio, una necesidad de demostrar que la vida no ha terminado.

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